» 01.01.1900 |
BICICLETA
JORGE DIETSCH [1]
El doctor se acercó a la cama del paciente niño. Debía operarlo al día siguiente y quería comunicárselo. El niño tenía tuberculosis en la articulación de la rodilla y los médicos, en su reunión de la semana, habían resuelto que debía ser operado. Y él, ese médico, era quien lo operaría en los próximos días, después de ver si estaba en condiciones de una cirugía y una anestesia. El chico, Pablito, hacía meses que estaba internado en ese hospital, cerca del mar y así aprovechar los beneficios del clima para esta forma de la enfermedad, pero tanto el clima, el sol, y la buena alimentación, no hacían mella en su articulación enferma. Por eso habían resuelto la cirugía. Decían entonces que la limpieza y el aire en la articulación, serían más efectivos. Se acercó a la cama y Pablo le miró los ojos. Él sabía ya, a sus pocos años, que los ojos no mienten. Puede mentir la cara, la sonrisa, pueden mentir las manos, pero no sus ojos. El niño le miró los ojos. Eso lo había aprendido allí, de estar internado, de mirar a los otros niños, de mirar a los médicos, a las enfermeras, a las hermanas. Y los ojos del médico eran tristes. Su boca sonreía, pero no sus ojos. Pablito, le dijo, nos reunimos con todos los médicos y las enfermeras para comentar sobre nuestros pacientitos, sobre ustedes. Y se habló de tu rodilla. Pablito seguía mirándole los ojos, y vio una preocupación, pero también un interés, unas ganas tremendas de que se curara, de que estuviera bien, que pudiera jugar y correr como los otros niños de su edad. Pablito tenía ocho años, y sabía el médico que se perdía días y meses de juegos, correrías y picardías. Todo eso vio Pablo en los ojos del médico, vio que el médico veía en los de Pablo todo eso también. Pablo, le dijo, querido Pablo, tenemos que operarte esa rodilla para que te cures. ¿Me va a operar usted?, dijo el niño como esperando un sí como respuesta. Sí, le dijo, te voy a operar yo. Me van a ayudar, pero yo te voy a operar. Vio, en la leve sonrisa de Pablo, una especie de alivio, y en sus ojos lo vio. Y los del médico también cambiaron. El momento doloroso había pasado y estaban ahí los dos, como dos amigos que se encuentran y se quieren. Ahora doctor, una cosa. Una pregunta, dijo Pablo. ¿Una sola, Pablo? El médico se dio cuenta de toda la confianza que el niño le tenía, y de su responsabilidad. ¿Qué pregunta, Pablito? ¿Después de la operación, voy a poder andar en bicicleta? El doctor no respondió en seguida. Pensó qué responder, dudó, hasta que al final le dijo: Mirá Pablito, todo depende de lo que me encuentre en tu rodilla. Yo no puedo mentirte. Puede que todo quede bien o no, ahora no puedo asegurártelo. Tengo la confianza en que sí, que vas a poder. Te prometo que, después de la cirugía, cuando te despiertes de la anestesia, vengo y te digo. Y vos sabes que lo voy a hacer. Pablito volvió a sonreír en su boca y en sus ojos, que no mienten, y se quedó tranquilo. El médico esa tarde caminó por el centro de la ciudad, miró vidrieras, visitó algunos comercios. Volvió tarde a su casa. La cirugía había resultado buena. Su rodilla se repararía. Cuando Pablo despertó y abrió los ojos, la vio. Vio a su médico sonriendo con todo, con su boca, con su cara, con sus ojos, y vio una hermosa bicicleta azul apoyada a los pies de la cama.
Uno de los protagonistas de esta historia, el médico, fue mi padre, Jorge Rodolfo Dietsch. Él había nacido en Salta, de padres alemanes, el 26 de Octubre de 1894. Estudió medicina en Buenos Aires, y después de trabajar unos años en el Hospital de Niños Pedro de Elizalde, vino a Mar del Plata como Director del Sanatorio Marítimo (actual Instituto Nacional de Epidemiología y sede de la Escuela Superior de Medicina), en 1930. Vivió allí siendo director durante 16 años. Falleció el 27 de Junio de 1964.
Salvo el color de la bicicleta, esta historia es real.
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